martes, 3 de agosto de 2010

DOS OJOS COMO DOS BOTONES

Estos zapatos me molestan con un roce a traición, intento acomodar el pie, pegando con el otro en el talón, al lado de la fuente una chiquilla me mira, se ríe y avergonzada de mis sonrisa adulta se abraza a la pierna de su padre con una sonrisa mas inocente que la anterior, ando por esta calle donde las casas con sus grandes ventanas se inclinan un poco hacía la gente.

Es estrecha, con casas más grandes que ella, las aceras son estrechas, apenas cabe uno en sus baldosas, los coches pasan con miedo por no llevarse una vida, hay en apenas cien metros 4 peluquerías marroquíes, la calle parece mas del continente cálido y natural del sur, el de los vecinos que nos dan las manos huesudas desesperadas en el pequeño estrecho, que separan los dos continentes, es curioso porque si los miras bien y juntas los dos continentes, desde allá arriba, en la nada, son como el Yin y el Yan..

Es la calle más árabe de la ciudad, al píe del Albaycín y eso me ha enamorado, aquí todo el

mundo se mueve a sus anchas, se respira libertad y caos, pero un caos en el que te desenvuelves como pájaro en el aire, mas adelante los turistas, con su pelo rubio y sus canons de gama alta, pasean por ellas con aires de hippies bohemios y frustrados aunque adinerados. Aquí todo el mundo te sorprende. Hay muchos que vienen atraídos por la vida, por lo radiante del caos, las muchachas son para enamorarte, parecen estar aquí solo con ese fin, van solitas a leer, con sus faldas anchas coloridas por los tobillos, con un paso que flota en el aire, como si fuesen diosas, que están ahí pero solo acercarte te queman. Pero ya sé que de nada vale enamorase y menos de una diosa, te convierten en piedra, te paran los pensamientos y te confunden las palabras, en ese terreno me quedo cojo.


Los zapatos me siguen molestando, intento sentarme en el umbral de una tetería que mira a un callejón, de repente se me clavan dos ojos, parecen botones negros que sean caído de una camisa y han sido pisoteados sin compasión y con intención, por rabia o desengaño.

La tristeza sobresale en esa mirada, ni compasión ni dolor, sino una tristeza como la solitaria, que te deja vacío por dentro, que se come todo lo que nos nutre.

(Yo nunca la tuve, pero me contó mi madre que mi abuelo crió una y se quedo en el espíritu hasta que se la sacaron. Ésta se debió comer, sin dejarle ni una sola, unos cincuenta platos de habichuelas, de las que mi abuelo solo noto el sabor, ¿pero ya era algo no? decía mi abuelo riéndose).




Esos dos ojos me han llevado a la niñez y siguen mirándome, como si nos conociéramos de antes, es como si ambos de repente nos acordáramos el uno del otro, han pasado ya unas cincuenta personas y nosotros seguimos mirándonos, ambos un poco desconcertados.

Ahora baja la cabeza, yo miro al final de mi trayecto, intento seguir por mi acera que es por donde tengo que ir, no puedo meter en mi vida un compromiso como esté, estoy solo y así estoy bien, pero las tripas me dicen que no me puedo ir sin más, quedar esa mirada con su tristeza, ya soy parte de ella. No puedo...

El cobarde que huye de su guerra, que no se enfrenta porque es más cómodo dejar que se vaya por estas calles estrechas que levantan los sentimientos de alegre pena.

Cuando parece que me deja solo en la decisión y se da la vuelta como avisándome de que me queda poco tiempo, mira para atrás de vez en cuando, yo tengo que dar el primer paso, el hombre, como es de entender, tiene que dar el primer paso y la magia de esta calle es el complemento perfecto para este encuentro que parece un rencuentro casual.

Sigo mirando, me vuelve a mirar y vuelve a agachar la cabeza pero no se va, me rasco la cabeza intentando buscar alguna razón que me convenza de que me vaya de allí sin el rabo entre las piernas, sin saber que hecho algo mal, no puedo dejar esto aquí, dejar que hoy sea otro día más en mis días mas, ¡venga enfrentate a lo inevitable!, no puedo ser tan vulgar, no puedo dejar que esto no vaya a más que un cruce de miradas, que haber coincidido en el tiempo, y ya está.


Un ruido dulce, hace que miremos hacia arriba, en un balcón unos dedos morenos hacen sonar una bonita melodía que sale de una guitarra, ahora ya no hay más remedio, el guitarrista se ha aliado con esto, que no sé que es exactamente, si ética o destino, pero un espíritu débil y sensible ya no tiene más remedio que ser valiente, la culpa me mataría, ¿pero acaso esto no es más de lo que uno debe hacer? Deja de pensar. Acción y esperar la reacción, sabes que no hay que temer, sabes que no va a haber negativa.


Estiro el brazo derecho, muevo los dedos hasta la posición en la que parece que sujeto algo entre los dedos, silbo y alza la cabeza, levanta las orejas y acude a la llamada del hombre, la mirada ya no es triste, los botones son ahora dos lunas brillantes, enseguida sé que esa alegría me va acompañar para siempre, ya ha llegado, me huele, le acaricio, y cuando ya nos presentamos una voz dulce, la voz de una diosa, se dirige hacía mi:

- ¡Que bonito es¡ se nota que te quiere mucho, ¿como se llama?. Yo mudo me quedo de piedra.

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